¿Quién podrá defendernos?: Cuando la política se pierde entre egos y cálculos electorales
Patricio Meza García

El escenario político chileno se encuentra enrarecido, tensionado y, en muchos aspectos, peligrosamente desconectado de las verdaderas urgencias del país. La ciudadanía observa con escepticismo —y con creciente preocupación— cómo las disputas de poder, los cálculos partidarios y las guerras de egos se imponen por sobre las soluciones que tanto se necesitan. ¿Dónde están las respuestas frente a la inseguridad, la migración descontrolada, el estancamiento económico y el desempleo que no cede? A juzgar por la actuación de gran parte del sistema político, la respuesta parece ser: en ninguna parte.
La derecha, que debería presentar una alternativa sólida y coherente, hoy aparece fragmentada, sin capacidad de articulación ni visión común. Basta mirar el debate sobre la lista parlamentaria: mientras se habla de unidad, los hechos evidencian una coalición dividida, donde cada partido tira para su lado, temeroso de perder cuotas de poder, pero incapaz de comprender que sin una estrategia común, el resultado será la derrota. La imposibilidad de pactar una lista única no sólo refleja desorganización, sino también una profunda desconexión con la urgencia del momento.
En este contexto, no sorprende que las encuestas muestren una baja sostenida en el respaldo a Evelyn Matthei, quien hasta hace poco era considerada la carta fuerte de Chile Vamos. Por supuesto, las encuestas no definen el futuro —sólo muestran tendencias momentáneas—, pero cuando esas tendencias se repiten y se afirman, conviene tomarlas en serio. Y hoy lo que muestran es un electorado cada vez más desilusionado, cada vez más hastiado, cada vez más inseguro.
Mientras tanto, el oficialismo parece haber entendido la importancia de alinear fuerzas. La decisión de confluir en torno a la figura de Jeannette Jara —quien empieza a subir en las encuestas—, puede interpretarse como una jugada inteligente desde el punto de vista táctico. Al menos da señales de cohesión, algo que la oposición, hasta ahora, no ha sido capaz de mostrar. Aunque falta mucho para las elecciones, el oficialismo ya logró instalar una candidatura única, algo que en este clima político es, por sí solo, una ventaja significativa.
Pero volvamos a la raíz del problema. Más allá de las encuestas, lo que subyace es un país temeroso y desorientado, que no encuentra en la política una herramienta de solución, sino una constante fuente de frustración. La inseguridad se ha convertido en el tema número uno, con barrios que se sienten abandonados por el Estado y una población que teme por su integridad en el día a día. A eso se suma una crisis migratoria que desborda la capacidad institucional, un crecimiento económico que no despega, y una tasa de desocupación que sigue al alza, dejando a miles de familias sin sustento.
Y es ahí cuando surge, con tono tragicómico pero profundamente real, la pregunta: ¿Quién podrá defendernos?
La frase que alguna vez fue parte de una parodia televisiva, hoy refleja con crudeza el sentimiento colectivo de muchos chilenos. Y no, no se trata de que estemos buscando un héroe, sino un liderazgo político real, serio, que deje atrás el ego y mire al país, no al espejo.
Chile no necesita más enfrentamientos entre bloques. No necesita más discursos vacíos, ni gestos simbólicos carentes de contenido. Chile necesita diálogo, acuerdos, empatía y acción concreta.
Necesita, por sobre todo, una clase política que escuche —de verdad— lo que pasa fuera del Congreso, fuera de los estudios de televisión, fuera de los partidos. Una clase política que mire a los ojos a los ciudadanos y entienda que lo urgente es la vida cotidiana: la seguridad, el trabajo, la salud, la educación.
Todavía hay tiempo. Pero ese tiempo se acaba.
Si los políticos no logran volver a centrar el debate en el país real —ese que vive con miedo, con rabia y con incertidumbre—, la desconexión será total. Y el costo, como siempre, no lo pagarán ellos. Lo pagará Chile.