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“Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, o tomar las armas contra este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?”. Este párrafo es parte del más famoso monólogo de la literatura inglesa, escrita por William Shakerpeare para su obra Hamlet, y en ella se puede resumir la vacilaciones o dudas ante una decisión transcendental.
Pareciera que cada vez que concurrimos a votar para una elección, el fantasma del atormentado príncipe Hamlet se asoma a nuestra cámara secreta al momento de marcar el voto para recordamos de todas nuestras dudas… ¿Cuántas esperanzas y sueños hemos tenido?, ¿Cuánto miedo o rabia hemos sentido?, ¿Cuántas incertidumbres o desilusiones hemos sufrido?…
Ser Ciudadano “consiente” en una democracia no es fácil, la vida cotidiana con sus preocupaciones y rutinas, se mezclan con las vicisitudes del mundo que nos rodea. Probablemente evitamos ver las noticias y observar las interminables discusiones entre políticos sobre temas que quizás no son de nuestro interés, contrario sensu, observaremos con apasionada atención los argumentos y contraargumentos de temas que nos afectan.
La decisión de ser o no ser ciudadano tendrá siempre un componente asociado a nuestra propia historia individual o familiar, así como los valores o reflexiones vinculadas a nuestras creencias o influidas por la cultura que nos rodea. Cada individuo resolverá sus “elecciones” con estos componentes.
Por otro lado, no faltará aquel que no querrá participar producto de una derrota en una elección pasada. También estará como opción el “Nulo” y “Blanco”. Otros concurrirán con la confianza perdida o la rabia de una decepción anterior.
Pero esta posibilidad de elegir o decidir, ¿Siempre ha sido así?, la verdad que no. Sólo con la aparición de la Democracia esto ha sido posible. Si uno revisa la Historia de la Humanidad, podemos observar algunos ejemplos imperfectos de democracia como la Atenas de Pericles, o cuando los nobles limitaron el poder del Rey, como fue el caso de la carta magna leonesa (1188) o la carta magna inglesa (1215). Recién con la “Revolución Gloriosa” de Inglaterra (1688) se cambió de una monarquía absoluta a una monarquía constitucional. Sólo con la Revolución Americana (1776) y la Revolución Francesa (1789) podemos identificar los antecedentes inmediatos de las democracias occidentales y de los derechos del ciudadano.
Todos estos procesos, por cierto, no fueron gratis ni fáciles. La naturaleza e imperfecciones propias del ser humano hace que nadie renuncie al poder de forma voluntaria. Porque la facultad de decidir por el todo, llámese pueblo, sin contrapesos o controles resulta seductor y apetecible.
Es en este punto que los “Contractualitas” y los pensadores de la ilustración como Hobbes, Locke, Rousseau o Montesquieu, resultan relevantes ya que tratan de explicar, filosóficamente, el pacto o contrato social por el cual los hombres renuncian a ciertos derechos inalienables para constituir una sociedad en que todos puedan convivir, sean hombres inteligentes y virtuosos o egoístas y malvados. Este pacto le otorga al soberano un poder para que los dirija, pero este poder no es perpetuo ni irrevocable, incluso puede volver al ente soberano de donde emana (pueblo-dios), cuando el soberano falla.
En mi opinión, el mérito principal de la Democracia es que imposibilita que una persona o un grupo de personas detenten el poder de forma indefinida, en el tiempo y en el espacio, sin contrapesos o controles. Posibilita que cada persona pueda gozar de la libertad de decidir con igualdad de oportunidades todo aquello, en un Estado de Derecho cuyas normas deben reflejar el modelo social y cultural vigente, pero respetando las tradiciones y particularidades de cada individuo.
La construcción democrática sólo se logra discutiendo, debatiendo, contrastando, negociando y concordando con aquellos que tienen una visión distinta en espacios destinados para ello (Parlamento), ya que no todos pensamos igual. Por lo tanto, negociar o acordar no involucra la renuncia a ideas o posiciones, es sólo la demostración, el reconocimiento y el respeto de la diversidad de opinión que puede existir en ciertas materias, pero que se requiere pactar para lograr un propósito mayor y por cierto duradero para la sociedad toda.
Los actores llamados a liderar estos procesos son los partidos políticos y sus líderes, que son mandatarios de sus electores. Pero esto no los exime de sus responsabilidades y de la observancia del escrutinio público. El poder delegado no se regala ni se dona, deber ser revisado y cuestionado en cada elección.
Sin embargo, debemos tener presente que hay políticos que sólo buscan destacar las diferencias y profundizar las divisiones, con el único propósito de ocultar la mediocridad de sus ideas apelando a las emociones, por cierto legítimas, de sus electores, pero no contribuyendo en nada a la solución de los problemas.
La máxima Divide et impera (divide y domina), usada brillantemente por Julio César y Napoleón Bonaparte, la vemos utilizada hoy por algunos actores políticos, quienes usando una “estrategia de tensión” buscan dividir, manipular y controlar la opinión pública (Trump-Bolsonaro-Maduro), usando para ello tácticas dirigidas a infundir miedo y desinformación por medio de la propaganda y agentes provocadores. (Asalto al capitolio Washington 2021 o palacio presidencial Brasilia 2023)
Un ciudadano informado reduce la demagogia y el populismo, fortalece la democracia y sus instituciones, posibilita los acuerdos, aumenta el control sobre la autoridad y permite concentrarse en las soluciones o mecanismo de solución.
Así todo, el político también es un ciudadano, pero con más responsabilidades.
Tiempo atrás, Felipe González (España) dijo: “Al gobernar aprendí a pasar de la ética de los principios a la ética de las responsabilidades”. Pienso que esta frase es extensible a todo ciudadano cuando vota, porque uno no sólo vota por lo que uno quiere y espera, sino también debe ponderar todos los elementos, variables, antecedentes o circunstancias que son necesarios para abordar las oportunidades y desafíos que toda sociedad debe enfrentar. Diferenciando lo posible de la promesa.
No se trata de renunciar a lo que uno aspira, sino darle un sentido de realidad a las posibilidades, lo que no impide empujar aquellos cambios que por su magnitud y necesidad deben ser modificados porque no están cumpliendo su función social.
En mi opinión, no es posible avanzar sobre las discusiones constitucionales actuales, si ese avance no concita los consensos necesarios para que esos acuerdos sean irreversibles y perdurables. Todos queremos una vida digna y pacífica.
Entonces, ¿Ser o no ser ciudadano?, esa es la pregunta.